Llegó determinado a acercarse a mi mesa, la elegancia y la moda las llevaba en la sangre; no había mujer a la que no le robara la mirada, incluso los hombres lo miraban con envidia, celo y respeto. Sus ojos grandes color miel y sus pestañas largas perfecta y naturalmente rizadas, me hicieron perderme en el instante en el que nuestros ojos hicieron contacto. Mi corazón empezaba a latir cada vez con mayor velocidad cuando el aroma de su loción Acqua di Parma Oud se hacía más presente, una fragancia intensamente masculina, que no todo hombre podría utilizar. Era impresionante la intensidad y determinación de su efluvio a pesar de la multitud y el olor a tabaco imperante en el lugar.
Entonces el momento llegó, mis amigas no pestañaban ni un segundo utilizando ese rímel London que habíamos comprado una noche anterior, estaban completamente anonadadas y nerviosas cuando el hombre llegó a nuestra mesa. Fernanda en seguida sacó su perfume de bolsillo Burberry Britt y se colocó un poco de manera discreta. Cecilia no dejaba de sonreír nerviosamente y de jugar con su pulsera de Swarovski. Priscilla solamente trataba de distraer su mirada coqueta observando la pantalla de su Iphone.
Me sentía totalmente como una niña con mejillas sonrojadas después de su primer beso, así que nerviosa sólo me levanté de la mesa y caminé con mis tacones Christian Louboutin. Al dar solamente tres pasos del lugar, percibí otros pasos detrás de mi, traté de voltear disimuladamente cuando sentí que alguien tocó mi hombro descubierto por el vestido negro Oscar de la Renta; mi corazón se detuvo, no pude girar mi cuerpo, estaba totalmente paralizada, así que delicadamente él se interpuso en mi camino y tomó mi mano. Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, el destino dispuso ponerme cara a cara con el hombre más atractivo y varonil del aquel lugar.
En ese momento decidí mostrar mi seguridad de siempre y verlo directamente a los ojos. El hombre era alto, así que me pareció una eternidad el camino recorrido por mis ojos desde el pañuelo de su traje hecho a la medida a volver a encontrarme con el encanto de su mirada. Era impresionante la sonrisa carismática, con dientes alineados y pulcramente blancos que mostraba su rostro. Después de un instante de sólo sonreírnos mutuamente, él me preguntó: “¿Cómo te llamas?”, de una manera simpática y enigmática le respondí: “¿Qué nombre me pondrías?”. Él sólo volvió a sonreír pero esta vez de una manera distinta, noté la pose de un hombre nervioso que con su mirada dispersa hacia el horizonte, se sujetaba el cuello. Con la voz más cautivante que jamás había escuchado dijo: “Adriana, es tu nombre, porque me lo han dicho tus amigas, y déjame decirte que es mi nombre favorito”. Él sólo percibió una sonrisa falsa de mi parte, tomó mi mano y me invitó a salir del lugar. Me sentí la mujer más envidiada del lugar, caminaba entre algunas mujeres susurrantes, sonreía y continuaba mi camino tomada de su mano.
Al salir y percibir el impetuoso y frío clima, se quitó su saco Brioni y lo colocó respetuosamente en mis hombros, haciendo al hombre no sólo excesivamente atractivo, sino todo un caballero. Durante nuestro caminar, él me explicaba que su nombre favorito era Adriana porque era el mismo nombre de su madre, lamentablemente fallecida dos años atrás a causa de cáncer. Me encontraba gratamente sorprendida e inexplicablemente atraída por las pláticas con alta profundidad e interesantes temas entabladas durante esa noche. Estaba tan sumergida en sus palabras que ni siquiera me había dado cuenta que habíamos ingresado a un acogedor restaurante con un vino Château Lafite Rothschild sobre la mesa.
Tan absorta me quedé mirando su tez blanca, su cabello castaño y ojos color miel, que no me había percatado de una cosa, no sabía su nombre. En ese instante mis ojos se abrieron un poco más, mostrando una auténtica sorpresa. Él sólo sonrió por la gran expresividad de mis gesticulaciones, tomó mi mano y me dijo: “Mi nombre es…”.